Historias y cuentos

 

Querida persona lectora, 

¡Feliz primer domingo de junio! No sé si soy la única, pero noto que este verano viene cargado de energía renovadora. Sabéis que yo soy una persona más de invierno (de peli y manta), pero reconozco que este año tengo muchas ganas de expandirme.

Expansión fue la palabra que escogí para este 2022. Como os conté en la primera newsletter que mandé después de mi “parón”, en marzo, (aunque quizás poco se percibía desde fuera) llevaba un tiempo sintiéndome artística y profesionalmente estancada. Por eso me propuse que este año fuera diferente, porque quería explorar nuevos caminos, volver a enamorarme de mi trabajo y sentirme emocionada. ¡Y en ello estoy!


Cuando me senté en enero a “analizar” por qué me sentía atascada, una de mis conclusiones fue que había priorizado tanto la productividad en mi trabajo que había olvidado lo que era dibujar porque sí. La balanza estaba totalmente desequilibrada: todo lo que hacía tenía una finalidad, un propósito, generalmente destinado a los demás. Además, dentro de las temáticas que solía tratar, me había topado con un muro. Sentía que ya no tenía más de donde sacar. 

Para desatascarme, me puse a mirar hacia dentro. ¡Lo sé, qué terror! Pero si hay algo que me suele ayudar en los momentos de “crisis” es reconectar con mi niña interior. Echar la vista atrás, (a los años en los que no necesitaba ganar un sueldo), y rememorar las actividades en las que perdía la noción del tiempo. Tengo la gran suerte de recordar mi infancia con cariño (soy consciente de que no todo el mundo puede decir eso), sobre todo los primeros años. Siempre hay historias complicadas y dolorosas en todas las familias y la mía no es una excepción, pero al mismo tiempo, también puede haber cosas positivas en las que fijarse.

En mi casa siempre hubo dibujos y letras. Mi madre era periodista de radio, y mi padre, aunque no se dedicaba profesionalmente a ello, siempre estaba dibujando. Hacía dibujos de todo tipo: desde tiras cómicas sencillas a tinta, pasando por retratos a ilustración para cuentos. Pero hacía mucho más que crear imágenes: contaba historias. Para mí era (y es) un referente. Recuerdo que cuando miraba sus dibujos, me metía en el mundo que había creado, observando todos los detalles e imaginándome mil cuentos que podrían estar ocurriendo en esa escena. Como la serie de ilustraciones que hizo sobre la aprendiz de bruja. ¿Quién viviría en ese pueblecito entre las montañas?, ¿cómo sería poder volar en una escoba mágica?, y ¿qué le estarían echando las brujas a la poción? Siempre pensé que éramos mi madre y yo. Mi padre ni lo confirma ni lo desmiente.

Y ahora lo tengo claro: es exactamente ahí donde me encuentro a mí misma. En esas ilustraciones que cuentan historias, en esos mundos infinitos en los que te puedes meter a bucear, en la expresividad. Porque cuando entro en ese mundo y soy capaz de olvidarme de todas las obligaciones y de la rutina, no necesito mirar el móvil ni estar pendiente de nada. No sé cómo explicarlo, pero hay algo de buscar en nuestra propia historia que hace que ya no te importen las comparaciones, ni las redes sociales, ni nada. Cuando entiendes quién eres de verdad y conectas con esa parte de ti, todo lo demás deja de tener importancia. (A eso se refiere también Amaia con su nuevo disco, por cierto, Cuando no sé quién soy, y saca una foto suya de pequeña).

Es verdad que durante estos últimos meses la vida se me ha comido un poco, otra vez he vuelto al trajín y a los días frenéticos con horas infinitas en el escritorio. Pero siempre he mantenido esto presente como un faro que te ilumina a lo lejos, como una luz que te dice “aquí es casa”.

Y lo he intentado poner en práctica, especialmente, en el librito que he sacado dentro de la colección con mi amiga Cristina, El verano. He disfrutado del proceso como hacía tiempo que no me pasaba. Me emocioné haciendo los bocetos. Me di permiso a mí misma para perderme en los detalles, en los pueblos entre las montañas, en la textura de la piel del personaje. El texto, que con permiso he tomado prestado del escritor Albert Camus, relata su regreso a la ciudad donde pasó gran parte de su juventud. Habla de cómo, según se acerca al mar, va sintiendo la alegría de ver el amanecer en aquel lugar en el que había sido tan feliz. Pero en realidad, esa narración que yo he ilustrado, habla metafóricamente de esos lugares, personas o recuerdos que nos dan la fuerza interior necesaria para sobrellevar los momentos más difíciles de la vida. El verano invencible que existe en nuestro interior y que nos ayuda a atravesar el invierno más crudo.

Desde que empecé a trabajar en el libro y en la colección, compartí todo el proceso con mi padre. A él le gusta mucho Camus (fan del existencialismo francés), y se ha ido emocionando conmigo mientras yo iba trabajando. Me daba consejos, me animaba todo el rato, estaba emocionadísimo. Y ayer, cuando estábamos yendo a visitar a mi abuela, me dijo: “cómo me gusta tu libro de El Verano. Me gusta tanto, que si pudiera, me lo tatuaría”.

Y entonces me di cuenta: ya está, aquí es. No necesito nada más. No necesito que el libro sea un superventas, ni que me lleve al estrellato, porque ya lo he conseguido. He llegado a casa. Esta soy yo, esta es mi esencia. Y ojalá pueda seguir aquí mucho tiempo, explorando. 

Supongo que en este mundo adulto siempre tenemos que ir alternando entre unas cosas y otras, dar con el término medio entre aquello que nos emociona profundamente y lo que “nos paga las facturas”. Pero me gustaría pensar que se puede poner un punto de ilusión en todo, incluso en lo más aburrido, aunque sea en dosis pequeñas. Porque no hay mayor éxito que sentir emoción por lo que haces, levantarse con ilusión por las mañanas, con cierta sensación de curiosidad y ganas. Sin duda, es lo máximo que le podemos pedir a la vida.
 

Y tú, ¿has pensado qué cosas te emocionan? Haz más de eso.

 
Sara Peña Martín